Un mes en Irlanda – Parte 2

Llegando al final de nuestra estadía en Dublín, recibimos unas visitas muy esperadas: vinieron desde Argentina Adri y Vir, la mamá y la hermana de Nacho. Además de recorrer juntos la ciudad, llegaron con la propuesta de hacer un viaje por el sur y el oeste del país. Así que, sin dudarlo, nos tomamos esos días de vacaciones para aprovecharlos (y aprovecharlas) al máximo.

Los primeros días en Dublín, las llevamos a los lugares que más nos habían gustado, como St. Patrick’s Cathedral (esta vez entramos para apreciarla por dentro), St. Stephens Green, Merrion Square y Temple Bar, incluyendo por supuesto nuestra selección de bares y restaurantes como Hairy Lemon, Caffe Amore, Little Dumplings y la heladería Murphy’s (con sus gustos inusuales como pan y sal marina), que repetimos con todo placer.

Visitamos también un lugar que habíamos reservado para ir con ellas: la biblioteca de Trinity College. Si bien sabía que se encontraba allí el famoso Libro de Kells –Book of Kells– no esperaba que hubiera semejante exhibición en su honor. Se trata de un manuscrito realizado por monjes celtas que data del año 800. Dado que el libro abierto expone solamente dos páginas, la exposición comparte un análisis de otras carillas, los diferentes estilos caligráficos, las bellísimas ilustraciones, los pigmentos y las plumas utilizadas, y los métodos de encuadernación propios de aquella época. ¡Un placer para una amante de libros antiguos como yo!

Pero eso no fue todo. La sala de exhibición confluye en unas escaleras, y al subirlas aparece la famosa biblioteca. Un corredor principal, de techos muy altos, permiten admirar a cada lado los bellísimos estantes de madera repletos de libros muy prolijamente ordenados. A, B, C, D, E… letras pintadas se pueden leer en cada estantería, cada una con su propia escalera para alcanzar los libros que esperan en los estantes superiores, al alcance de aquellos privilegiados que tienen acceso a este increíble patrimonio.

Ahora sí, habiendo visto la biblioteca de Trinity y el libro de Kells, dimos por completada la visita a Dublín, y nos embarcamos en un tour de cuatro días, en un micro que nos llevó a recorrer lo más lindo del sur y el oeste de Irlanda. Caminamos por ciudades como Kilkenny, Cork, Kinsale, Killarney, Limerick, Galway y Cong, viendo en el camino muchos castillos, como Rock of Cashel, Ross Castle, Bunratty Castle y Cashford Castle (hoy en día convertido en un hotel de lujo), como así también ruinas de fortificaciones como Charles Fort y de antiguos monasterios como Clonmacnoise.


Si bien podría contarles algo lindo de cada una de las ciudades que visitamos, ¡el post se haría muy largo! Así que voy a hacer una selección y escribir sobre mis cinco lugares preferidos. Sin un orden particular, son los siguientes:

Powerscourt House & Gardens

La primera parada del tour, a menos de una hora de viaje, fue en unos espectaculares jardines, de los que puedo decir me parecieron más hermosos que los de Versalles. Se trata de una mansión que tiene una serie de jardines, cada uno con un estilo particular. Está el jardín italiano. El jardín japonés. Otro desbordado de flores. Otro que solía ser el cementerio de mascotas de los antiguos dueños. La casa, la torre, los puentes, las escaleras, los senderos, pero también los árboles, las plantas, las flores, el lago… hacen de este lugar una verdadera celebración a la belleza de la naturaleza.


Kinsale

Si bien recorrimos muchas ciudades costeras, la que más me gustó fue una súper pintoresca llamada Kinsale. Su calle principal está compuesta de pequeños comercios y casitas de colores. Violeta, naranja, amarillo, verde… tonos muy vibrantes que, puesto uno junto a otro, impregnan de vida a la ciudad. Allí disfrutamos de una mañana caminando libremente por sus angostas callecitas, en subida y en bajada, bajo un sol que no es tan común de ver por estas latitudes.


Cong

Otro lugar con el que los cuatro quedamos fascinados fue un pueblito llamado Cong. El principal motivo de la parada era ver las ruinas de una Abadía. Sin embargo, nosotros nos dejamos llevar por un caminito de piedra que nos llamó la atención, justo al costado del lugar. Inmediatamente, el camino nos llevó a cruzar un pequeño puente, también de piedra, que culminaba en un gran arco. Todas las personas que estaban con nosotros en el micro fueron directo hacia la Abadía, así que estabamos completamente solos. Aún así decidimos atravesar el arco, y de pronto nos vimos inmersos en un magnífico bosque.

Fue un placer caminar por aquel lugar que nos pareció tan mágico. Seguimos el sendero principal por un largo rato, hasta que tuvimos que emprender regreso para continuar el recorrido con el micro. Al final, recorrimos de pasada la Abadía y algunas callecitas de la ciudad. Definitivamente es un lugar al que volveríamos, pero con más tiempo.


Dolmen de Poulnabroune

Una de las cosas que más me sorprendió en el viaje fue el llamado Dolmen de Poulnabroune. En el medio de la nada, aparece erguido un monumento megalítico que fue utilizado como tumba por un período de 600 años, entre el 5800 y el 5200 a.C. Nos contaron que hace poco se descubrió una grieta en una de las piedras que hacían de soporte, y al desarmarlo encontraron debajo los restos de 33 cuerpos junto con objetos personales: un hacha de piedra, un colgante de hueso, cristales de cuarzo, armas y cerámica. Me pareció impresionante que una estructura así se haya conservado de esta manera y que podamos apreciarla en su lugar original tantos milenios después.


Cliffs of Moher

El último lugar que merece la pena destacar son los Acantilados de Moher. Es una de las atracciones turísticas más visitadas del país, y se entiende por qué: es un largo sendero sobre unos acantilados, con unas vistas que permiten ver la tierra erosionada a lo largo de 320 millones de años. Caminar por el borde de esa superficie, a más de 200 metros sobre el mar, da una sensación de inmensidad que deja a cualquiera sin aliento. 


Ya de vuelta en Dublín, la última noche juntos, Nacho propuso ir a cenar a Matt the Thresher, un restaurante que le había gustado mucho, especializado en comida de mar. Disfutamos de una cena de despedida, repasando todo lo que habíamos vivido los últimos días.

Creo que más allá de los lugares que visitamos, lo más lindo de este viaje fue haber podido compartirlo en familia. Los trayectos en micro con un matecito, los desayunos y cenas en el hotel, los almuerzos de camino mientras recorríamos alguna ciudad, los paseos, los apuros, las risas. Fue una semana repleta de anécdotas que seguramente resurgirán en cada asado en el Parque, y que cada uno recordará por siempre.

1 thought on “Un mes en Irlanda – Parte 2”

  1. […] Después de unos hermosos meses de verano en los Países Bajos, y luego de haber terminado el proyecto del mapa, viajé a Dublín a reencontrarme con Nacho para pasar juntos su último mes de trabajo allí. Y no estuvimos solos: compartimos una semana de viaje con unas visitas muy esperadas, pero eso merece una historia aparte. […]

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