Dublín

Hoy escribo desde el aeropuerto, finalizando un viaje que superó por lejos mis expectativas. Las vueltas de la vida me trajeron hasta Dublín, la capital de Irlanda, un destino que no se me hubiera ocurrido visitar, de no ser porque Nacho está viviendo aquí por tres meses, haciendo una investigación en Trinity College como parte de su doctorado. 

Llegué el viernes a la noche con una mochila, una pequeña valija, y una guitarra (aunque suena genial, en verdad no era mía sino que se la traía a Nacho, pero me resultó divertido llegar a una ciudad como ésta vistiendo una campera de cuero y transportando un maletín rígido de esos que usan los músicos). Nacho me recibió en la parada del bus que me transportó del aeropuerto a la ciudad, y fue hermoso reencontranos después de casi un mes sin vernos. Dejamos las cosas en el studenthouse donde se está alojando y salimos: primero paramos a tomar una pinta de Guinness (tenía que probar la tan conocida cerveza originada en esta ciudad) y lo hicimos en The Brazen Head, el pub más antiguo de Irlanda (¡recomendado por mi tío Ale!). Luego encaramos para Temple Bar, la zona más icónica de la ciudad.

Mi primera impresión ya fue excelente: calles empedradas llenas de bares súper pintorescos, con fachadas muy antiguas (pero muy cuidadas) y decoradas con flores de todos colores. Por dentro, muebles de madera, vidrio partido, letreros hechos a mano (¡con lo que a mi me gustan la caligrafía y las letras!), paredes cubiertas de cuadros, y estallados de gente. Lo mejor de todo es que en cada uno de estos bares suena música en vivo. ¡No me sorprende que éstas sean las calles donde empezó a tocar, antes de hacerse famosa en todo el mundo, una banda como U2!

Caminando por esta zona se puede escuchar música de todo tipo. Desde músicos que con solamente una guitarra y un micrófono hacen covers de canciones conocidas, hasta música tradicional irlandesa: melodías muy animadas con violín que invitan a la gente a bailar. En el bar al que entramos, había una dupla de una chica tocando el violín y un chico tocando la guitarra, que empezaron tocando música tradicional para terminar haciendo versiones de canciones que todos conocíamos. Casualmente hicieron una de Champagne supernova de Oasis, ¡una de mis bandas favoritas!

Cuando estábamos volviendo quisimos buscar algo para comer. Algo genial de esta ciudad (y algo que extraño porque no sucede en la ciudad donde vivo) es que hay mucha variedad de comidas, y muchos locales están abiertos hasta tarde. Pasamos de casualidad por un local muy chiquito y medio escondido que vendía ¡empanadas argentinas! La noche no podía terminar mejor.

El sábado por la mañana salimos a caminar por la ciudad pasando por St. Patrick’s, una catedral medieval con unos jardines hermosos, y al mediodía teníamos programada una visita por la fábrica de Guinness. Este fue otro lugar al que jamás se me hubiera ocurrido ir, de no ser porque a Nacho le habían regalado entradas. ¡Y resultó ser una gran sorpresa! Es una especie de museo interactivo, muy moderno y atractivo, que a lo largo de un recorrido por 7 pisos presenta el proceso de producción de la cerveza, fotos antiguas de la fábrica (que empezó en 1759), sus métodos de distribución (¡crearon ellos mismos un canal en la ciudad y hasta fabricaron sus propios barcos!), las distintas versiones del logo y las publicidades a través de la historia. El recorrido culmina en el último piso en un bar completamente vidriado, en el que te dan una pinta de Guinness para disfrutar allí mismo con hermosas vistas de la ciudad. ¡Estuvo buenísimo!

St. Patrick’s Cathedral

Luego nos encontramos con Alejandro y Laura, dos personas muy buena onda con las que está trabajando Nacho, y cenamos unos dumplings riquísimos en un local de comida china. Más tarde salimos a tomar algo con otra persona del laboratorio de Nacho y algunas personas más, todas de distintas nacionalidades (México, Alemania, Polonia, Bulgaria y nosotros de Argentina).

El domingo arrancamos temprano: hicimos un Free Walking Tour por la ciudad, de la mano de un guía argentino, que nos aportó en cuanto al contexto histórico. Al mediodía nos sentamos a comer un buen estofado irlandés (irish stew), una de las comidas típicas de acá. Y de ahí fuimos para Trinity College, donde Nacho me hizo un recorrido por sus instalaciones y me mostró su oficina. Es la primera universidad de Irlanda y fue fundada por los ingleses en el año 1592.

Recorriendo Trinity College

Luego pasamos a ver la famosa escultura de Oscar Wilde, que está recostado placidamente sobre una gran roca, mirando hacia la casa donde vivió en su infancia. Los irlandeses se enorgullecen de éste y de muchos otros escritores reconocidos que nacieron allí y que, como él, estudiaron en Trinity. Me pareció genial que junto a muchas de las esculturas distribuidas en la ciudad haya un código QR a través del cual se puede escuchar a la misma escultura hablando y contando su historia o su significado, en primera persona. De esta forma, ¡tuvimos una llamada con el mismísimo Oscar Wilde!

Tengo que admitir que, para esta altura, ya estaba un poco cansada después de tanto caminar (por no decir MUY cansada). Cuando estábamos por salir del parque, las nubes se corrieron y apareció de pronto el sol. Sin pensarlo, me desvié del camino y me acosté directamente sobre el pasto verde, de esos que a la vista se ven “como acolchonados”. Le pedí a Nacho que paremos a descansar sólo unos segundos, que resultaron en una media hora de siesta reparadora. Nos despertamos al rato muertos de risa con la situación. Caminamos un rato más, pasando por el parque St Stephen’s Green, tomamos un helado, entramos a ver una galería de arte que estaba abierta al público, y volvimos al departamento a descansar un rato más y reponer energías para salir a la noche.

Esta vez fuimos a cenar a un lugar que fichamos la noche anterior, una pizzería italiana llamada “Caffe Amore” (que no entendí por qué se llamaba Caffe) que cumplió con lo que prometía. Después salimos a caminar por Temple Bar, y fuimos directo a un lugar en el que, según el guía del Free Walking Tour, tocaban bandas de rock. The Porterhouse es un edificio que tiene como 3 pisos y todos balconean al escenario que se ubica en el medio. Allí disfrutamos muchísimo de una banda que tocó temas de los Rolling Stones, U2, Los Beatles, y de nuevo… ¡Oasis! ¿Cómo no me va a encantar esta ciudad? 

Se escucha una azafata hablando en el altoparlante. Llaman a embarcar el vuelo EI608 con destino a Amsterdam. 


Ya habiendo abordado, continúo escribiendo desde el avión. Por cierto, si bien mi vuelo estaba programado para hoy, martes, el plan era que el lunes tanto Nacho como yo trabajáramos. Pero estando acá en Irlanda, nos enteramos que casualmente caía feriado. Por suerte pude organizarme para no trabajar así que nos ganamos un día más de paseo. La idea era visitar algunos museos, pero cuando nos despertamos nos sorprendió un día súper despejado y soleado -cosa que no había sucedido antes ya que suele estar nublado y medio lluvioso, incluso “más que en los Países Bajos…” – así que hicimos rápidamente un cambio de planes.

Alejandro nos había recomendado una caminata entre dos ciudades costeras: Greystone y Bray. Nos tomamos un tren que en 40 minutos nos dejó en la primera ciudad, en un trayecto que iba bordeando la costa y atravesando túneles entre las montañas. Al llegar, comenzamos a caminar por el Cliff Walk, el sendero que conecta ambas ciudades bordeando las montañas y alcanzando una gran altura, que nos permitió admirar la inmensidad del mar que se extendía bajo nuestro paso. Por suerte el buen clima nos acompañó durante las 2 horas que duró la caminata hasta llegar del otro lado.

Ya en la ciudad de Bray caminamos por la costa junto la playa, que no era de arena sino de piedritas redondeadas y suaves, seguramente debido a la erosión. Si bien la temperatura había descendido y unas grandes nubes se habían formado sobre nosotros, vimos algunas pocas personas llegar a la playa y meterse a nadar, como si fuera un día soleado de 30º. Había una feria con montañas rusas, carrouseles y una “vuelta al mundo”, entre otras atracciones, llena de familias. Almorzamos unos platos con pescado y, ya con el estómago lleno y el corazón contento, tomamos el tren de regreso a Dublín. Cuando llegamos estaba lloviendo, así que volvimos a nuestro alojamiento a descansar, terminando así nuestro fin-de-semana-largo-súper-aprovechado de turismo por la ciudad.


Algunos datos que me resultaron interesantes

En este país se maneja “del otro lado”, como en Inglaterra. Pero leyendo un poco sobre el tema, me enteré que en verdad somos nosotros (los argentinos, por ejemplo) los que manejamos “del otro lado”, ya que originariamente se hacía por la izquierda. Esto viene de la época de los romanos, en la cual manejaban el caballo con su mano izquierda, para dejar su mano derecha libre -la mano hábil, en la mayoría de las personas- y así poder usar su espada de ser necesario.

Y no solo eso, sino que estos países no son los únicos que manejan de esta forma: leí que son 76 los países que así lo hacen, y que en total abarcan dos tercios de la población mundial. O sea que, contrario a lo que imaginaba, la mayoría de las personas maneja en el carril izquierdo (y con el conductor sentado del lado derecho).

Por otro lado, conociendo un poco de la historia de Irlanda, aprendí que por acá vivieron primero los celtas, que luego convivieron con los vikingos. Cuando invadieron los ingleses, éstos se quedaron por más de 700 años, y durante ese periodo los irlandeses hicieron alrededor de 70 levantamientos para independizarse, lográndolo finalmente hace relativamente poco: a mediados del siglo XX. Quizás por esto tienen un gran sentido de nacionalidad. 

Otra cosa que me llamó mucho la atención es el hecho de escuchar hablar español en todos lados. Hay muchos residentes latinos e hispanohablantes, muchos españoles y argentinos. Pude notarlo sobre todo en bares y locales de comida e incluso en las calles y en la peatonal, donde se los escucha haciendo música. Casi no nos cruzamos irlandeses en Dublín, pero al alejarnos un poco a la zona de Greystone pudimos notar muchos más.

Por último, si bien yo pensaba que aquí se hablaba solo inglés, el idioma oficial es el irlandés (“gaélico”), una lengua que no podríamos ni leer en voz alta de tantas consonantes juntas que tienen las palabras. Todos los carteles que hay en la ciudad (por ejemplo en el transporte público) están en los dos idiomas: primero en gaélico, luego en inglés. Le pregunté por esto a una irlandesa con la que estaba charlando recién, antes de subir al avión, y me comentó que hay ciudades más alejadas de Dublín en la que se usa este idioma de forma cotidiana, tanto afuera como adentro del hogar, y que todos allí saben hablarla porque se enseña en el colegio. Según ella, es una lengua “fácil de aprender” y la definió algo así como “cool”. 

Se escucha el altoparlante del avión anunciando que empezará el descenso. Creo que terminé justo a tiempo y dejé registro de todo lo que quería. Nacho se queda en Dublín hasta fines de Septiembre, y ese mes lo pasaré allí con él. Estoy ansiosa por volver y seguir conociendo lugares de esta ciudad que tanto me gustó, así como también otras zonas de Irlanda. ¡Será hasta entonces!


(Si llegaron hasta aquí, merecen un último dato de color: si observan con detenimiento la foto de portada de este artículo, en la calle donde está The Temple Bar, verán una pareja besándose en el medio de la calle. ¡Sí, somos nosotros!)

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